Tenía sed, quería desesperadamente beber de sus labios y regodearse en su ser.
Tenia tantas ganas de volver a sentir su beso suave, tranquilo, lento, de esos que solo tienes cuando hay demasiados sentimientos sin decir, toda su piel despertar desde su boca hasta el rincón más recóndito de su haber. Eso quería sentir.
Pero ya no estaba, él lo había guardado con llave, solo se lo dejó ver una vez, y como la notó asustada no dejó salir ningún beso igual de la caja.
Se encerró en su mundo, se inventó mil y una excusa para no dar oportunidad alguna a cualquiera de esos besos que se morían por ser, por experimentar de nuevo toda esa magia inédita de aquel momento con ella, la de los labios tiernos, la que temblaba de miedo y a la que le brillaban los ojos de la emoción...
Esa noche salió huyendo, pero a los días se dio cuenta de que estaba bien, que sentirse así le daba vida, que la energía de un beso tan verdadero como ese no tenía parangón, ni las vitaminas de farmacia podrían nunca darle ese subidón que la dejaba activa por tres días con a penas una dosis, reflexionó y fue sincera, pero él ya había cerrado la puerta.
A veces daba la impresión de que la volvía a abrir pero enseguida sepultaba cualquier esperanza. Ya fuera con mensajes sin responder o con cualquier excusa que marcara distancia, él sabía cómo alejarla, pero alejarla bien. Cual repelente o pesticida, la dejaba sin ganas de si quiera intentar nada más. Perdía toda la fuerza y no encontraba las energías que le faltaban, así que cuando se encontraba al borde del colapso dejaba el orgullo y bajaba la guardia, lo buscaba cual drogadicta pero últimamente eran más las veces que se quedaba apagada esa tenue luz que muy débilmente brillaba, ya no tenía fuerzas, así que cuando tocaba la puerta a penas sonaba, el ya no la oía, y ambos se perdían...
El aún la soñaba, ese deseo que reprimía de dia, campaba a sus anchas en las noches solitarias y frías del invierno que apretaba como si quisiera hacerle gritar de tanto abrazarle, como si supiera la historia y tuviera planeado obligarlo a salir de su guarida. Podía buscar mas bocas pero al final con ninguna sentía, enseguida se aburría, porque el invierno ya sabía que no servirían para acallar la llama que fluía cuando él la imaginaba, cuando él la sentía, aún así se resistía.
Solitarios y perdidos se sumían en sus laberintos, buscando encontrar otros brazos como refugio, otros labios como fuente de vida, pero no lo conseguían...
“Mejor así“, decían... “asi no me doy mala vida", "así no sufro, así no me hacen daño...” pero se mentían, pues así solo conseguían morir cada día, era la esencia de la vida misma lo que se perdían...
Pobres almas perdidas...
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